Una nueva ordenación de nuestros años habría de satisfecer tres criterios.

Primero la simplicidad. Las unidades seleccionadas para la medida del tiempo del año habrán de estar en una relación de múltiplo a submúltiplo. Independentemente de esta relación, cada una habrá de ofrecer la divisibilidad mayor posible. Cuanto mayor será el número de combinaciones ofrecidas, más flexible será el horario de cada uno. Los números primos deben así ser excluídos.

Luego la universalidad. El sistema escogido tiene que poder ser entendido y adoptado también por un niño de cuatro años como por un anciano, cualquiera que sea su herencia cultural.

Por último la perpetuidad. Este calendario tiene que poder cruzar los milenios sin tropiezo ni reforma.

Además, el año habrá de iniciarse con un acontecimiento astronómico anual fácil de ser calculado (equinoccio o solsticio). Se habrán terminado las fechas arbitrarias.